HORA ACTUAL

domingo, 10 de abril de 2011


SOPA DE AGUA
Por  HUGO FORNO NARANJO

El idiota tiene hambre. Corre hacia la cocina. Tropieza contra la pared. Un golpe. Dos golpes. Tres golpes. Todos secos. Todos golpes de idiota. La casa está vacía. Sus padres están en misa. El idiota tiene prohibida la entrada a la Iglesia. Culpa de un domingo. De un domingo de ramos. Bajarse los pantalones entre los salmos no fue apropiado. Mear a la virgen, menos. Los feligreses gritaron de espanto. Su madre de pena. El padre de vergüenza. El cura le dijo idiota. El idiota lo llamó mamón. Cura mamón. A esta hora, la cocina quieta. Una taza de té sobre la mesita y la olla que hierve a fuego lento. Mientras, la misa sigue. Fieles contra infieles. Perdones contra pecados. Justos contra injustos. A la madre le llora el corazón. Al padre el bolsillo. Al cura la culpa. Ahora el idiota quiere comerse la sopa. Ahora la madre se acuerda de la olla. Sopa. Sopa. Sopa. Comerse la sopa. Sin cuchara. 
Sin la fría cuchara de todos los días. Y como no hay tiempo que perder. Y como el hambre lo perturba. Manos a la obra. Y levanta la tapa de la olla. Y mira hacia a un lado. Y mira hacia el otro. Y el vapor le moja la cara. Y el estómago se retuerce. Y la boca exige lo suyo. Y el idiota esboza una sonrisa. Su ingenua sonrisa idiota. Y cierra los ojos. Y los puños. Y el alma. Y splash. Sumerge su rostro en la olla. Su rostro idiota envuelto en un grito de idiota. Silencio. Silencio en la iglesia. Por mi culpa. Por mi culpa. Por mi gran puta culpa.



"POR ENCIMA DE LA LEY, DEBAJO DE LOS BOX SPRINGS" 



POR WOODY ALLEN 

The New Yorker, 21 de noviembre de 2005.
Traducción: Alberto Román 

Wilton Creek se localiza en el centro de las Grandes Planicies, al norte de Shepherd's Grove, a la izquierda de Dobb's Point y justo encima de los acantilados que forman la constante de Planck. La tierra es cultivable y se encuentra sobre todo en el suelo. Una vez al año, los vientos huracanados provenientes del Kinnah Hurrah cortan veloces los campos abiertos, llevándose consigo a los granjeros que realizan su faena y depositándolos cientos de millas más al sur, donde con frecuencia deciden reestablecerse y abren boutiques. En la mañana gris de un martes de junio, Comfort Tobias, el ama de llaves de los Washburn, entró en la casa de sus patrones tal y como lo había hecho cada día de los últimos diecisiete años. El hecho de que la hubieran despedido nueve años antes no impedía que Comfort fuera a limpiar, y desde que los Washburn dejaron de pagarle por sus servicios, la valoran más que nunca –antes de trabajar para los Washburn, Tobias era una susurradora de caballos en un rancho en Texas, hasta que padeció una crisis nerviosa cuando un caballo le contestó en un susurro. 

—Lo que más me sorprendió —recuerda—, es que el caballo sabía mi número del Seguro Social. 

Cuando aquel martes Comfort Tobias entró en la casa de los Washburn, la familia se encontraba fuera, de vacaciones. (Se habían embarcado como polizontes en un crucero que iba a las islas griegas, y a pesar de que se escondían en toneles y soportaron tres semanas sin comida ni agua, los Washburn se las arreglaban todos los días para colarse hasta cubierta a las tres de la madrugada y jugar golfito.) Tobias subió las escaleras para cambiar un foco. 

—A Mrs. Washburn le gusta que cambien sus focos cada martes y viernes, sea o no necesario 

—explicó—. Le encantan los focos frescos. Las sábanas las cambiamos una vez al año. 

En el instante en que el ama de llaves entró en la recámara principal, supo que algo andaba mal. Fue entonces que lo vio. ¡No podía creer lo que tenía ante sus ojos! Alguien había estado en el colchón y arrancado la etiqueta que decía “Está prohibido por la ley quitar esta etiqueta si Ud. no es el consumidor”. Tobias se estremeció. Se le doblaron las piernas y sintió náuseas. Algo le dijo que fuera a ver las recámaras de los niños y, cómo no, allí también habían arrancado las etiquetas de los colchones. 

La sangre se le heló al descubrir una anchísima sombra deslizarse ominosa sobre la pared. El corazón se le salía por la boca y estuvo a punto de gritar hasta que reconoció su propia sombra, y luego de hacerse el firme propósito de ponerse a dieta, le telefoneó a la policía. 

—Jamás había visto nada parecido —dijo el jefe Homer Pugh—. Cosas como ésta no suceden en Wilton Creek. Bueno, una vez alguien se metió a la pastelería del pueblo y se chupó la mermelada de las donas, pero la tercera vez que ocurrió, colocamos francotiradores en el techo y lo matamos en el acto. 

—¿Por qué, por qué? —sollozaba Bonnie Beale, una vecina de los Washburn—. Tan absurdo, tan cruel. ¿En qué clase de mundo vivimos para que alguien que no es el consumidor arranque las etiquetas de los colchones? 

—Antes de esto —declaró Maude Figgins, la maestra del pueblo—, cuando salía siempre podía dejar mis colchones en la casa. Pero ahora cada vez que salgo, lo mismo de compras que para cenar, me llevo conmigo todos los colchones de la casa. 

Poco después, a la medianoche, dos personas iban a toda velocidad por la carretera que va a Amarillo, Texas, en un Ford rojo con placas falsas que de lejos parecían verdaderas, pero luego de observarlas con mayor detenimiento uno descubría que estaban hechas de mazapán. El conductor tenía un tatuaje en el antebrazo derecho que decía “Paz, Amor, Decencia”. Cuando se levantaba la manga izquierda, sin embargo, mostraba otro tatuaje con la leyenda “Error de impresión. No le hagan caso a mi antebrazo derecho”. 

A su lado se encontraba una joven mujer rubia que podría haberse considerado hermosa si no hubiera sido la viva imagen del Maestro Yoda. El conductor, Beau Stubbs, acababa de fugarse de la prisión de San Quintín, adonde lo habían encerrado por conducta desordenada. A Stubbs lo declararon culpable de tirar una envoltura de TinLarín en la calle y el juez, aduciendo que Stubbs no había mostrado el mínimo arrepentimiento, lo sentenció a dos cadenas perpetuas consecutivas. 

La mujer, Doxy Nash, se había casado con un empresario de pompas fúnebres y trabajaba con él. Stubbs entró a su agencia funeraria un día, sólo para ver. Fascinado, trató de entablar conversación con Doxy, pero ella estaba muy atareada cremando a alguien. No pasó mucho tiempo antes de que Stubbs y Doxy Nash comenzaran a tener una relación secreta, a pesar de que ella lo descubrió casi de inmediato. A su marido empresario de pompas fúnebres, Wilbur, le cayó bien Stubbs y le ofreció enterrarlo gratis si aceptaba hacerlo ese mismo día. Como única respuesta, Stubbs lo noqueó y huyó con su esposa, no sin antes substituirla por una muñeca inflable. Una noche, luego de los tres años más felices de su vida, Wilbur Nash se quedó intrigado cuando le pidió a su mujer más pollo y ella de pronto reventó y revoloteó por todo el cuarto en círculos cada vez más pequeños hasta quedarse quieta en la alfombra. 

De la cabeza hasta los pies con calcetines, que mantenía en un amplio saco de excursionista junto con sus pies verdaderos, Homer Pugh alzaba un metro con setenta y dos centímetros. Pugh ha sido policía desde que guarda memoria. Su padre fue un célebre asaltabancos y la única forma en que Pugh pudo pasar algún tiempo de calidad con él fue las conversaciones que había sostenido con él en cada una de ellas, a pesar de que no pocas se desarrollaran siguiendo la cadencia de los disparos. 

Le pregunté a Pugh qué pensaba del caso. 

—¿Mi teoría? —me respondió Pugh—. Dos vagabundos que quieren ver el mundo —y comenzó a cantar “Moon River” mientras su mujer, Anne, nos servía unos tragos y yo recibía una cuenta por 56 dólares. Justo en ese momento el teléfono sonó y Pugh lo levantó. La voz del otro lado inundó la habitación con fuerza. 

—¿Homer? 

—Willard —dijo Pugh. Era Willard Boggs, el Motociclista Boggs de la Policía Estatal de Amarillo. La Policía Estatal en Amarillo es un grupo de excelencia y sus elementos no sólo deben ser físicamente notables, sino que deben pasar un riguroso examen escrito. Boggs reprobó este examen en dos ocasiones: la primera al no poder explicar satisfactoriamente ante el sargento encargado la filosofía de Wittgenstein, y la segunda al cometer un error en su traducción de Ovidio. Pero como ejemplo de su tesón, Boggs tomó clases especiales y su tesis sobre Jane Austen permanece como un clásico entre el batallón de motociclistas que patrullan las autopistas de Amarillo. 

—Le tenemos echado el ojo a una pareja —le dijo al Jefe Pugh—. De conducta muy sospechosa. 

—¿Cómo qué? —preguntó Pugh mientras encendía el enésimo cigarrillo. Pugh está consciente de los peligros para la salud que causa el tabaquismo, por lo que sólo utiliza cigarrillos de chocolate. Cuando los prende, el chocolate se derrite sobre sus pantalones, origen de cuentas gigantescas de lavandería para el salario de un policía. 

—La pareja entró en un restorán elegante de aquí —prosiguió Boggs—. Ordenó una cena completa con barbacoa, vino y todas las guarniciones posibles. Se gastó una cantidad enorme y después trató de pagar con etiquetas de colchón. 

—Detenlos —dijo Pugh—. Mándalos aquí, pero sin decirle a nadie cuáles son los cargos. Tan sólo di que concuerdan con la descripción de dos individuos a los que queremos interrogar por acariciar a una gallina. 

La ley estatal sobre la alteración de etiquetas de un colchón a manos de alguien que no es su propietario se remonta a principios del siglo XIX, cuando Asa Chones tuvo una disputa con su vecino a propósito de un marrano de su propiedad que se había metido al patio de al lado. Los dos hombres disputaron la posesión del cerdo por varias horas hasta que Chones cayó en la cuenta de que no se trataba de un puerco sino de su esposa. La cuestión fue sometida al juicio del consejo de ancianos del pueblo, los cuales dictaminaron que las características de la esposa de Chones eran tan porcinas como para justificar la confusión. En un acceso de rabia, Chones irrumpió en la casa del vecino esa misma noche y arrancó todas las etiquetas de los colchones del hombre. Asa Chones fue aprehendido y sometido a juicio. El colchón sin la etiqueta, razonó el veredicto de la corte, “demerita la integridad del relleno”. 

Al principio, Nash y Stubbs mantuvieron su inocencia, aduciendo que eran un ventrílocuo y su muñeca. Para las dos de la madrugada, ambos sospechosos comenzaron a flaquear bajo el implacable interrogatorio de Pugh, quien de forma genial había decidido interrogarlos en francés, un lenguaje desconocido para los sospechosos y en el que por lo tanto les resultaba difícil mentir. Al final, Stubbs confesó. 

—Nos paramos frente a la casa de los Washburn a la luz de la luna —dijo—. Sabíamos que la puerta principal estaba siempre abierta, pero forzamos la entrada sólo para mantenernos en forma. Doxy volteó todas las fotos familiares de los Washburn hacia la pared para que no hubiera testigos. Supe de los Washburn en la prisión, por Wade Mullaway, un asesino en serie que desmembraba a sus víctimas y se las comía. Trabajó como chef para los Washburn, pero ellos prescindieron de sus servicios el día que se encontraron una nariz desconocida en el suflé. Yo sabía que no sólo era ilegal sino un crimen contra Dios quitar las etiquetas de los colchones que no son propiedad de uno, pero yo seguí escuchando esta vocecita que me insistía en que lo hiciera. Si no me equivoco era la voz de Walter Cronkite. Yo arranqué la etiqueta del colchón de los padres Washburn, Doxy hizo lo propio con los colchones de los hijos. Estaba empapado en sudor, el cuarto se me hacía borroso, toda mi infancia pasó ante mis ojos, luego la infancia de otro chico y finalmente la infancia del Nizam de Hyderabad. 

En el juicio, Stubbs eligió actuar como su propio abogado, pero un conflicto sobre sus honorarios produjo aún más enconos. Visité a Beau Stubbs en el Pabellón de la Muerte, donde numerosas apelaciones lo mantuvieron con vida por una década, tiempo que aprovechó para aprender un oficio y convertirse en un piloto comercial muy calificado. Estuve presente cuando se ejecutó la sentencia. A Stubbs, Nike le pagó una jugosa cantidad por los derechos para televisión, además de permitir que la compañía de artículos deportivos imprimiera su logo en la capucha que utilizó en el momento decisivo. A pesar de que la pena de muerte en tanto factor disuasorio aún se debate, los estudios más recientes muestran que el promedio de los criminales reincidentes cae casi 50% después de su ejecución. 

FIN 

Woody Allen. Cineasta, músico y escritor. Además de sus guiones de cine, Editorial Tusquets ha publicado dos volúmenes de cuentos: Cuentos sin plumas y Cómo acabar de una vez por todas con la cultura.

"DEPENDE: POBREZA"


"DEPENDE: POBREZA"
por Bernardo Kliksberg.


EL CRECIMIENTO ECONÓMICO REDUCE LA MISERIA 

Ojalá. La realidad ha demostrado ser mucho más compleja. El crecimiento económico es condición imprescindible, pero no suficiente. Hay muchos obstáculos en el camino a la hora de transformarlo en mejoras importantes en la existencia humana. El crecimiento viaja de forma macro y la vida de la gente transcurre en lo micro. 

En primer lugar, hay distintos tipos de crecimiento. Puede ser polarizado, focalizado en algunos sectores económicos, circunscrito geográficamente, producir “islas de crecimiento” o no llegar a la gran mayoría. A ello se suma que, si la sociedad es muy desigual, se reduce la posibilidad de que penetre en los estratos más bajos. Eso es lo que ocurre en el mundo actual, cuyos grados de desigualdad han sido calificados de “groseros” en los informes de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y tildados de “disparidades hirientes” en la última encíclica de la Iglesia católica. El 20% más rico de la población mundial tiene más del 80% del producto bruto, el comercio, las exportaciones, las inversiones, y más del 90% del crédito. El 20% más pobre, menos del 1%. La desigualdad en la distribución de los ingresos pasó de 30 a 1 en 1960 a 74 a 1 en 1997, y ha seguido aumentando. La del capital acumulado que midió la Universidad de la ONU en 2006 es aún mayor. El 10% más rico tiene el 85% del capital mundial, el 50% inferior sólo el 1%. 

Las grandes desigualdades bloquean el desarrollo económico, pero además impiden que se propague entre los más desfavorecidos. Hay sociedades con el mismo grado de riqueza, pero en unas a la gente le va mucho mejor que en otras, porque hay mayor igualdad entre las clases. 

La cuestión central es cómo alcanzar un crecimiento inclusivo, en el que quepan todos. Porque ése es, además, el único camino para obtener un desarrollo sostenible. La movilidad social no es una consecuencia del crecimiento, sino el motor fundamental del mismo. Las economías más exitosas de años recientes como las nórdicas, y algunas del sureste asiático, han apostado muy fuerte por sus ciudadanos. Han invertido en educación y en salud. Encabezan las mediciones de rendimiento educativo del informe PISA y las tablas de esperanza de vida. 


LOS POBRES SON RESPONSABLES DE SU SITUACIÓN 

Un mito. Yo lo llamo “la gran coartada”. Para justificar la pobreza, nada mejor que echarle la culpa a las víctimas. El argumento es que los pobres carecen de ambiciones, no se esfuerzan, no estudian, actúan de forma irracional. La pobreza sería un tema de responsabilidad individual. Sería entonces una decisión personal integrarse en el bando de los exitosos o quedarse estancando. La tesis viene acompañada de una formulación semántica: hay “perdedores” y “ganadores”. Los últimos presentan cualidades opuestas. Si la responsabilidad es individual, deja de ser colectiva. 

La realidad derrumba a diario ese mito. Hay 1.400 millones de personas en el mundo que viven en la pobreza extrema (menos de 1,25 dólar diario). Casi la mitad del género humano (3.000 millones) son pobres (menos de dos dólares diarios). Resulta inconcebible no ver que no son malas decisiones individuales, sino graves insuficiencias estructurales las que llevan a esos resultados. 

En un mundo con una ola de revoluciones tecnológicas que han multiplicado la capacidad de producción de bienes y servicios, 1.200 millones de personas no tienen agua potable y 2.000 millones carecen de electricidad. ¿Acaso es su responsabilidad personal? 

La FAO informó de que en 2008 se produjo la segunda mayor cosecha de la historia. Ese mismo año y según Acción Internacional, cinco millones de niños murieron de hambre. Está demostrado que el planeta puede producir alimentos para una población mayor que la actual. Sin embargo, 1.020 millones sufren hambruna (1 de cada 6,5) y el año pasado se incorporaron cien millones más. 

Los pobres no son los responsables de vidas con hambre, sin agua y sin electricidad. Hay desigualdades abismales y deficiencias fundamentales de organización social. El problema del hambre no es sólo una cuestión de producción de alimentos (cuanto mayor, mejor), también de acceso a los mismos y de equidad. En realidad, no hay ganadores y perdedores. Con estos grados de exclusión somos todos perdedores. Se debilita la cohesión social y se crean situaciones conflictivas, que generan violencia, y sociedades enfermas.

LA AYUDA HUMANITARIA NO SOLUCIONA NADA 

Otro mito. Se opone “asistencialismo” a “ayudar” y a “dar trabajo”. Se descalifican y se debilitan las políticas sociales. En realidad, se trata de un falso dilema. La extensión y la profundidad de la pobreza requiere respuestas inmediatas. 

La miseria mata a diario a mujeres y a niños. Unas 500.000 madres mueren durante el embarazo o el parto, el 99% de ellas en países en desarrollo. La cifra es escalofriante: una por minuto. A pesar de los avances médicos, la tasa de mortalidad materna no ha mejorado desde 1990. Entre las causas, las hemorragias y las anemias, dos problemas que pueden evitarse consumiendo a diario cápsulas de hierro que apenas cuestan unos centavos que las madres pobres no tienen. Las cesáreas, que son necesarias en uno de cada 10 partos y que cuestan menos de 100 euros, tampoco están a su alcance. 

Más de nueve millones de niños mueren al año antes de cumplir los cinco. Entre un 33% y un 50% por culpa de la desnutrición. La causa de la muerte suele ser la diarrea, pero tras ella se esconden déficits agudos de micronutrientes básicos. Unos 2 millones de niños fallecen por neumonía. Los antibióticos para tratarla cuestan 27 centavos de dólar. Sus familias carecen de ellos. En total, 18 millones de personas mueren al año por causas vinculadas a la pobreza. Son muertes evitables que la crisis está agravando. Jugar al casino financiero no sale gratis. El Banco Mundial estimó que 22 niños más morirían por hora en 2009 (uno cada tres segundos) por motivos prevenibles. 

Se necesitan respuestas inmediatas. La mayor característica de la pobreza es que genera con frecuencia daños irreversibles. Según Unicef, si un niño no se alimenta bien en los primeros años tendrá las conexiones interneuronales de su cerebro incompletas y un retraso severo para toda la vida. La pobreza no puede esperar. Es urgente incrementar las inversiones en salud y educación, y montar mayores redes de protección. No hay contradicción en proteger a los vulnerables y hacerlo a través de programas que, al mismo tiempo, favorezcan la articulación y la organización de la comunidad, inviertan en el desarrollo de sus líderes y potencien su capital social. Los programas más efectivos de reducción de mortalidad materna en poblaciones indígenas han sido los que se han apoyaron en el fortalecimiento de la misma comunidad y la conminaron a cogestionar el proyecto. 


LA POBREZA NO ES SÓLO CUESTIÓN DE DINERO 

Es mucho más. Cuando a los pobres se les pregunta en las encuestas qué es lo que más les duele de su situación, la respuesta suele sorprender a los investigadores. Se quejan de las carencias, de la falta de ingresos y de que sus hijos no pueden terminar la escuela primaria, pero lo que en verdad les genera más dolor es “la mirada de desprecio”. Sienten que amplios sectores de la población les observan como a una especie inferior, seres de baja categoría, subhombres y submujeres o que, en el mejor de los casos, les tratan con compasión. 

La devaluación del pobre como persona prepara el terreno para su discriminación y, en última instancia, para su demonización. Es un sospechoso en potencia. Uno de los grupos más discriminados es el de los jóvenes en situación precaria. Un estudio de la prestigiosa ONG Periodismo Social, en el que se analizan 120.000 noticias sobre niños y adolescentes en 22 diarios argentinos, extrae conclusiones que pueden aplicarse a otras latitudes: “Pocas fuentes, pocas estadísticas, muchos términos peyorativos… las palabras para referirse a los chicos y chicas que supuestamente cometen delitos son estigmatizantes y discriminatorias… son títulos que condenan antes que lo haga la justicia”. Los pobres son seres humanos iguales a todos. Perciben la mirada degradante. Por algo, cuando se les interroga sobre las organizaciones que más valoran, sitúan en primer lugar a las que crean ellos mismos como las organizaciones indígenas, de campesinos pobres o de habitantes de zonas marginales urbanas. En esas agrupaciones el trato es horizontal y ellos son los actores, recuperan su imagen humana. Es lo que sucedió por ejemplo con Villa El Salvador en Perú, municipio autogestionado de pobres que obtuvo por sus logros algunos de los mayores reconocimientos internacionales, entre ellos el Príncipe de Asturias. 

La pobreza es un complejo de ataques a la dignidad humana. Los economistas convencionales se equivocan por completo cuando abordan temas como el paro o el desempleo como una mera pérdida o merma de ingresos. La falta de trabajo vulnera las aspiraciones más básicas del ser humano. Un reciente estudio de la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos, centrado en ciudadanos desempleados, mostró que el 68% estaban deprimidos, el 61% se sentían inútiles y el 55% estaban muy enojados. En el 58% de ellos, el paro estaba afectando a sus relaciones familiares y un 52% evitaban encontrarse con amigos o conocidos. La causa principal: sentían vergüenza por su situación. 

AMÉRICA LATINA NUNCA SALDRÁ DE LA MISERIA 

Es un caso paradigmático. Como experto en el tema y a pesar de que la primera palabra que viene a la mente cuando uno piensa en pobreza es África, puedo argumentar esta afirmación: el continente latinoamericano tiene un tercio de las aguas limpias del planeta, algunas de las mayores reservas de materias primas estratégicas en su subsuelo, fuentes de energía barata, excepcionales posibilidades de producción agropecuaria y una inserción agroeconómica privilegiada. Sin embargo, más de un tercio de su población está por debajo de la línea de la pobreza (189 millones), mueren 30 niños de cada 1.000 antes de los 5 años frente a 3 en Suecia o en Noruega, perecen 90 madres por cada 100.000 nacimientos frente a 6 en Canadá. La pregunta es: ¿por qué tanta pobreza en un lugar potencialmente tan rico?
La razón principal es que es la más desigual de todas las regiones. El 10% más rico tiene más de 40 veces lo que el 10% más pobre, frente a 10 en España, y 6 en Noruega. Hay fuertes desigualdades en ingresos, acceso a la tierra, a la salud, a la educación y al crédito, y ahora, a las nuevas tecnologías. La región produce alimentos para tres veces su población. Sin embargo, el 16% de los niños padecen desnutrición crónica. En el 20% más pobre sólo uno de cada 3 jóvenes termina la secundaria y sólo uno de cada 100 accede a la Universidad. 

La desigualdad genera “las trampas de pobreza”. Si un joven nace en una villa miseria, un caserío indígena, una zona rural pobre, tendrá problemas nutricionales, trabajará desde pequeño (el 11% de los niños menores de 14 años lo hacen), no podrá finalizar la escuela primaria o la secundaria, y, sin ella, no conseguirá trabajo en la economía formal. Un 25% de los jóvenes están fuera del mercado de trabajo y del sistema educativo.
De las “trampas de pobreza” se sale con políticas públicas activas que intenten universalizar los derechos reales a la alimentación, a la salud y a la educación, que democraticen el crédito, fortalezcan las posibilidades de generar microemprendimientos y pymes y que abran oportunidades para todos. En los últimos años, la participación creciente de la sociedad civil, y su presión para que se adoptaran políticas incluyentes, generaron cambios importantes que muestran que sí es posible combatir la pobreza y que lograrlo pasa por mejorar la equidad. 

Entre ellas, el gigantesco programa social Bolsa Familia, montado por Lula da Silva en Brasil y que cubrió las necesidades básicas de 45 millones de pobres entre los pobres; los programas del Gobierno uruguayo que reformaron la salud y permitieron que todos los niños de las escuelas públicas tengan un ordenador; los programas de protección a toda la población adulta en Chile y Argentina; el subsidio universal a los niños pobres en este último país; la reducción a tasas mínimas de la mortalidad materna y la infantil aumentando la inversión en salud en medio de la crisis en Costa Rica, y otras similares en otros países. 

La acción de políticas públicas enfocadas hacia las prioridades reales de la población, y el apoyo a las mismas por parte de empresas socialmente responsables y una sociedad civil movilizada por la solidaridad, pueden mejorar la difícil vida de gran parte de la población de América Latina. Pero todavía queda un largo camino por recorrer. 



SIEMPRE HA HABIDO Y HABRÁ POBRES 

Coartadas. Muchas élites adjudican a la pobreza una suerte de maldición ancestral. Por ejemplo, cuando los periodistas acosaban al ex presidente argentino Carlos Menem por el aumento de la pobreza en la Argentina de los 90, consecuencia directa del modelo ortodoxo liberal que él aplicó, solía argumentar: “Pobres hubo siempre”. 

Las cifras difieren y son tozudas. En ese país, la pobreza era inferior al 10% a principios de los 60 y después de Menem alcanzó el 58% a finales de 2002. En Noruega, líder mundial en Desarrollo Humano, hay cero pobreza. En España, los indicadores actuales no tienen nada que ver con los de la época de Franco. 

Los profetas, creadores de la idea de justicia social, dicen en la Biblia: “No habrá pobres entre vosotros”. Se refieren a que los recursos potenciales están en todas las sociedades, y dependiendo del modelo de organización, la pobreza puede erradicarse. 

Con la manida visión de la “maldición ancestral” se borra la relación entre pobreza y desigualdad y se evita hacer los cambios imprescindibles. Asimismo, se aprovecha al máximo la falta de capacidad de lobby de los pobres, los pobres no cuentan. Como señaló el premio Pulizter, Nicholas Kristoff, en The New York Times, refiriéndose a las elevadas tasas de mortalidad femenina en el Tercer Mundo en una era de avances médicos espectaculares, estas cifras no despiertan interés porque “sus víctimas son pobres, rurales, no educadas, y mujeres”. La lucha contra la pobreza pasa, en primer lugar, por romper la falta de sensibilidad actual. Ante tantas víctimas de las políticas neoliberales de las ultimas décadas, la opinión pública comenzó a percibir a los niños de la calle, a los ancianos mendigos, a las madres que piden con sus bebes, a los sin techo como si fueran parte de la naturaleza de las ciudades, como “si lloviera”. 

No se conmueven ante el sufrimiento. Es necesario recuperar la capacidad del ser humano para rebelarse contra las injusticias. Y eso es la pobreza: una injusticia éticamente inadmisible. 


LOS POBRES SON CULPABLES DEL CAMBIO CLIMÁTICO 

Al contrario. El cambio climático avanza con mucha más rapidez de lo que se creía. El dióxido de carbono retenido en la atmósfera es de 385 partes por millón frente a 339 en 1980. El aumento de las temperaturas está fundiendo los glaciares y produciendo un aumento de 3 milímetros por año en el nivel del mar, el doble que en el siglo XX. 

El aumento de las temperaturas y de las lluvias genera un ambiente propicio para la transmisión de enfermedades infecciosas. Aumentan las inundaciones y se expanden enfermedades como el dengue, la malaria, el cólera y la fiebre amarilla. Los más afectados son los más vulnerables: los que viven al borde de zonas inundables, en viviendas precarias; los pequeños agricultores afectados por las sequías; los relegados del planeta a sus sitios más hostiles. 

Se estima que el cambio climático está produciendo 300.000 muertes por año. Crecen los refugiados climáticos, que se acercan a los 50 millones. Han debido irse de sus lugares de origen y ni siquiera el Derecho Internacional tiene ninguna figura para amparar a este tipo de exiliados. 

Los informes estiman que los habitantes de los países pobres tienen 78 veces más posibilidades de resultar afectados por el cambio climático que los de las naciones ricas. Se trata de una de las mayores desigualdades, la vulnerabilidad totalmente disímil. 

Además, está claro que ellos no son los generadores del envenenamiento del ambiente, en el que tienen una participación marginal. Los datos no mienten, pero también en este apartado la élites del planeta culpan a los más desfavorecidos, mostrando la capacidad infinita del género humano para fabricar pretextos y no enfrentarse los desafíos morales que tienen por delante. Resulta imprescindible superar ésta y todas las otras coartadas, pretextos e insensibilidades frente a la pobreza, la gran violación de los derechos humanos del siglo XXI, para avanzar en la construcción del mundo mejor que reclaman los ciudadanos. Gandhi, como buen visionario, lanzó una advertencia que sigue en plena vigencia: “La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer bastaría para solucionar la mayoría de los problemas del mundo”. 

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El autor de este artículo, Bernardo Kliksberg, ha escrito en colaboración con el indio Amartya Sen, premio Nobel de Economía, el libro Primero la gente. Una mirada desde la ética del desarrollo a los principales problemas del mundo globalizado (6ª edición actualizada, Editorial Temas, Buenos Aires, 2009). También destacan sus obras Más ética, más desarrollo, Bernardo Kliksberg (Editorial Temas, Buenos Aires, 2009) y Es difícil ser joven en América Latina. Los desafíos abiertos, del que es compilador, junto a Joseph Stiglitz, Rebeca Grynspan y otros (Editorial Sudamericana, Random House Mondadori, 2010).