HORA ACTUAL

lunes, 9 de mayo de 2011

NO MAMÁ, YO NO SOY RAMBO


NO MAMÁ, YO NO SOY RAMBO

Por Gulliermo Garay



  A Douglas Coupland





Superman está muerto, ella le insertó una bala verde en medio de los ojos. Ahora Dios se encuentra al mando, pero ni los rinocerontes blancos ni los demonios de tazmania cuentan con él. Todavía se ven manchas de sangre afuera del edificio de Rada. Rambo atropelló a una pareja de pingüinos y los ojos se le llenaron de lágrimas, se siente morir. Observo la mirada atenta de los escritores, los cuales esperan un titubeo. Llevo puesta una chamarra de diez kilos y comienzo a creer que aun el futuro cuenta con nosotros…



*



Mamá no soporta a los escritores que asesinan en todos sus cuentos. Dice que si quieres matar a alguien, sólo tienes que apretar el gatillo y volarle los sesos. Creo que tiene razón, aunque no por eso los Carpenters son la banda favorita de Dios. Lo digo porque asegura que el Apocalipsis comenzará con un cover de Superstar. “No te das cuenta. Al igual que su padre, Jesús fue carpintero. ¡Carpintero! Richard y Karen Carpenter. No los Dylan ni los Cohen.”     

En la Tele anunciaron que no se ha visto a Rambo desde que el escritor norteamericano, nuestro vecino, lo arrojara al mar. Se hundió y nadie estuvo ahí para salvarlo. Mamá dice que Dios quiso ayudarlo, pero que siempre tarda en ponerse su traje de baño.



*



Nunca me ha agradado la idea de que un jodido día todo se vaya a la mierda. Ni siquiera puedes elegir de qué manera largarte de aquí. Podrías estar con una chica linda o viendo un buen programa de televisión y, de pronto, estarías observando el cuerpo de tu chica retorcerse mientras se incinera. Por eso soy escritor: para destruir cualquier cosa. A mamá no le agradó la idea así que me compró un estuche de herramientas. “Hijo, si quieres liquidar a alguien, tomas el martillo y le partes el cráneo”.  Le conté a Rada lo que me había dicho Dylan. Luego subimos a aventar desarmadores desde el décimo piso. Rada trepó por el barandal y me dijo “Bob tiene razón. Ayer el viento me enseñó mi muerte. Seré una anciana y la explosión llegará mientras duermo. Por eso voy a saltar, de cualquier forma Superman llegará a rescatarme. He visto mi muerte y no son estos diez pisos”.  Ella me guiñó el ojo y se dejó caer. Basta decir que mantenía una gran sonrisa mientras nuestro amor aceleraba a 9.8 m/s. No podemos culpar a Superman, supongo que es difícil volar con un agujero en la cabeza.



*



A veces las tardes son más oscuras que las noches. El primer escritor en morir fue un viejo poeta enemigo de Rambo. El héroe de guerra tomó su cuchillo mataosos y le rebanó la yugular; luego, colgó su cabeza de un poste en señal de advertencia. En la tele, hay un programa que presenta a Dalila, la cerda trapecista. Un rosado mamífero apestoso que vuela de un trapecio a otro, dando saltos mortales sin red de protección. Comienzo a creer que la evolución por fin está dando frutos y que quizás los cerdos algún día puedan volar. Pero la programación es interrumpida. Se trata de un informe especial. No sé por qué la imagen de un narrador, con una flecha atravesándole la nuca, es más importante que Dalila. Me han quitado el día y salgo a observar el cielo, esperando ver a algún cerdo volador. Sólo he visto a un par de cuervos, con su plumaje violeta reflejándose en la noche. Hace rato habló Bob Dylan y me comentó: “No te preocupes, la respuesta está flotando en el aire”. Pero yo sólo he visto a un par de cuervos, un par de cuervos más oscuros que todas las tardes. 



*



Fui a visitar a Rada  y me confesó que podía desaparecer cada vez que quería. Le dije que yo siempre he querido volar, pero ella contestó que esa era una cualidad exclusiva de Superman. Sonó el teléfono y era Doug, avisándome que mi ensayo “Escritores Kamikazes” fue aceptado en el próximo congreso de literatura, pero que debería tener cuidado, porque se rumoraba que Rambo ya se encontraba en la ciudad. Le creí, uno nunca sabe lo que es capaz de hacer un ex-boina verde que regresa del más allá. Pero también confiamos en Superman, quien de seguro ya estaba a punto de atraparlo. Subimos al décimo piso y me contó de qué manera moriría. En casa, mamá chateaba con Dios pero la interrumpió una explosión en casa del vecino: El escritor norteamericano había volado en pedazos. Luego Rambo derribó la puerta y gritó mi nombre, pero sólo se había encontrado con la mirada penetrante de mi madre. Mamá sacó su .38, apuntó firme, jaló del gatillo y le voló los sesos. Rambo se paralizó y el cuerpo de Superman, quien se encontraba detrás del héroe de guerra, se desplomó lentamente, bañando la casa de sangre azulroja. Rada se dejó caer, pero nunca tocó el piso. Desapareció, encontrando una respuesta en el aire.



*



No todos tus héroes son felices fue el título del programa especial dedicado a Superman. Su cuerpo fue enviado al espacio, donde se cree que recobrará la vida. Rambo huyó con mamá pero en el camino atropelló a una pareja de pingüinos. El congreso será un éxito. Cierro mi chamarra de diez kilos y me decido a entrar a la sala de conferencias. Un botón es suficiente para destruirlo todo, para decidir cómo carajos largarnos de aquí. Mientras leo mi ensayo, pienso en que algún día Rada aparecerá nuevamente, que algún día los cerdos volarán con capas colgando de sus hombros, un día donde los cuervos serán amarillos. Un mejor lugar, porque me alegra pensar que el futuro existirá hasta mañana y nosotros sólo necesitamos un instante. Dios olvidó apagar el estéreo y Bob Dylan interpreta Superstar de los Carpenters.





 Datos vitales



Guillermo Garay Torillo (Puebla, 1981) es Lic. en Lingüística y Literatura Hispánica y Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad de Puebla. Obviamente ejerce como profesor en otra Universidad. Creador de la revista literaria “El Almuerzo desnudo” y editor de la revista “Broca”. Ganador del premio filosofía y letras –en el área de ensayo- 2006 y ganador del tercer concurso de cuento “La caja de chokokrizpiz” (2005). Ha publicado en varias revistas nacionales e internacionales. Becario del FONCA estatal en Puebla edición 2008. Actualmente está aprendiendo a comer con cubiertos.




SOBRE LA GUERRA


SOBRE LA GUERRA



Por Estanislao Zuleta



1. Pienso que lo más urgente cuando se trata de combatir la guerra es no hacerse ilusiones sobre el carácter y las posibilidades de este combate. Sobre todo no oponerle a la guerra, como han hecho hasta ahora casi todas las tenden­cias pacifistas, un reino del amor y la abundancia, de la igualdad y la homogeneidad, una entropía social. En realidad la idealización del conjunto social a nombre de Dios, de la razón o de cualquier cosa conduce siempre al terror, y como decía Dostoyevski, su fórmula completa es "Liberté, egalité, fraternité... de la mort". Para combatir la guerra con una posibilidad remota, pero real de éxito, es necesario comenzar por reconocer que el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social, como la interdependencia misma, y que la noción de una sociedad armónica es una contra­dicción en los términos. La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcan­zable, ni deseable, ni en la vida personal -en el amor y la amistad-, ni en la vida colectiva. Es preciso, por el contra­rio, construir un espacio social y legal en el cual los con­flictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposi­ción al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo.


2. Es verdad que para ello, la superación de "las contradicciones antinómicas" entre las clases y de las rela­ciones de dominación entre las naciones es un paso muy impor­tante. Pero no es suficiente y es muy peligroso creer que es suficiente. Porque entonces se tratará inevitablemente de reducir todas las diferencias, las oposiciones y las confron­taciones a una sola diferencia, a una sola oposición y a una sola confrontación; es tratar de negar los conflictos internos y reducirlos a un conflicto externo, con el enemigo, con el otro absoluto: la otra clase, la otra religión, la otra nación; pero éste es el mecanismo más íntimo de la guerra y el más eficaz, puesto que es el que genera la felicidad de la guerra.



3. Los diversos tipos de pacifismo hablan abundante­mente de los dolores, las desgracias y las tragedias de la guerra -y esto está muy bien, aunque nadie lo ignora-; pero suelen callar sobre ese otro aspecto tan inconfesable y tan decisivo, que es la felicidad de la guerra. Porque si se quiere evitar al hombre el destino de la guerra hay que empe­zar por confesar, serena y severamente la verdad: la guerra es fiesta. Fiesta de la comunidad al fin unida con el más entrañable de los vínculos, del individuo al fin disuelto en ella y liberado de su soledad, de su particularidad y de sus intereses; capaz de darlo todo, hasta su vida. Fiesta de poderse aprobar sin sombras y sin dudas frente al perverso enemigo, de creer tontamente tener la razón, y de creer más tontamente aún que podemos dar testimonio de la verdad con nuestra sangre. Si esto no se tiene en cuenta, la mayor parte de las guerras parecen extravagantemente irracionales, porque todo el mundo conoce de antemano la desproporción existente entre el valor de lo que se persigue y el valor de lo que se está dispuesto a sacrificar. Cuando Hamlet se reprocha su indecisión en una empresa aparentemente clara como la que tenía ante sí, comenta: "Mientras para vergüenza mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres que, por un capri­cho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de com­prender, por un terreno que no es suficiente sepultura para tantos cadáveres". ¿Quién ignora que este es frecuentemente el caso? Hay que decir que las grandes palabras solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera colecti­va.


4. Los gobiernos saben esto, y para negar la disen­sión y las dificultades internas, imponen a sus súbditos la unidad mostrándoles, como decía Hegel, la figura del amo absoluto: la muerte. Los ponen a elegir entre solidaridad y derrota. Es triste sin duda la muerte de los muchachos argen­tinos y el dolor de sus deudos y la de los muchachos ingleses y el de los suyos; pero es tal vez más triste ver la alegría momentánea del pueblo argentino unido detrás de Galtieri y la del pueblo inglés unido detrás de Margaret Thatcher.


5. Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabili­dad y su conveniencia, arriesgaría paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflic­tos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.