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martes, 7 de junio de 2011

DOS HISTORIAS DE ESCLAVITUD


DOS HISTORIAS DE ESCLAVITUD

 Tomado de http://www.letraslibres.com. AGOSTO DE 2007

Publicadas en 1846, en los albores del nacimiento del periodismo moderno, estas dos crónicas de la cotidianeidad de los esclavos negros contienen ya el tono de indignación y denuncia que marcaría el devenir de los periódicos y su participación en la vida pública.

HOMBRES EN VENTA
Virginia, diciembre de 1846
Asistimos a la venta de un terreno y otras propiedades cerca de Petersburg, Virginia, y de repente presenciamos una subasta pública de esclavos, a quienes se les dijo que no los venderían. Los reunieron frente a los barracones, a la vista de la multitud ahí congregada. Después de liquidar la propiedad se escuchó la estrepitosa voz del subastador: “¡Traigan a los negros!”
Una sombra de desconcierto y de temor invadió su rostro al tiempo que se miraban unos a otros, y después a la multitud de compradores, cuya atención ahora estaba centrada en ellos. Cuando por fin cayeron en cuenta de la horrible certeza de su venta, y de que jamás volverían a ver a sus familiares y amigos, el efecto fue de una agonía indescriptible.
Las mujeres levantaron a sus bebés de un tirón y corrieron a sus chozas dando gritos. Los niños se escondieron detrás de los árboles y las barracas, y los hombres permanecieron de pie, mudos de desesperación. El encargado de la subasta se paró frente al pórtico de la casa y alineó a los “hombres y muchachos” para inspeccionarlos en el patio. Se anunció que no había ninguna garantía de sanidad por lo que los compradores mismos debían examinarlos. Algunos ancianos fueron vendidos por entre trece y veinticinco dólares. Resultaba doloroso ver a los viejos, doblados por años de arduo trabajo y sufrimiento, ponerse de pie para ser objeto del escarnio de brutales tiranos, y escucharlos hablar sobre sus enfermedades y su inutilidad, por temor a que los compraran los traficantes de esclavos del mercado del sur.
A un muchacho blanco de alrededor de quince años se le obligó a subir a la tribuna. Tenía el cabello castaño y lacio, el tono de su piel era exactamente el mismo que el del resto de las personas de tez blanca, y en su semblante no se percibía ningún rasgo negro. Se escucharon algunas bromas vulgares acerca del color de su piel y alguien ofreció doscientos dólares, pero el público opinó que “como primera oferta, la cifra no es suficiente por un muchacho negro tan capaz”. Varios comentaron que “no lo aceptaría ni regalado”. Otros dijeron que un negro blanco no valía los problemas que iba a ocasionar. Un hombre afirmó que estaba mal vender a gente blanca. Le pregunté si era peor que vender a gente negra. No respondió. Antes de ser vendido, la madre del joven salió apresuradamente de la casa al pórtico y, con un dolor frenético, gritó llorando: “Mi hijo. ¡Ay!, mi muchacho; van a llevarse a mi… ” Su voz se perdió, la empujaron con rudeza y cerraron la puerta detrás de ella. En ningún momento se interrumpió la venta y nadie entre los asistentes pareció sentirse afectado por la escena.
Temeroso de llorar frente a tantos extraños que no mostraban ningún signo de compasión o misericordia, el pobre muchacho se enjugó las lágrimas con las mangas. Se pagaron doscientos cincuenta dólares por él. Durante la subasta los gritos y lamentos provenientes de los barracones me partieron el corazón. Enseguida se llamó a una mujer por su nombre. Ella le dio a su hijo un último abrazo desesperado antes de dejarlo a cargo de una anciana y de manera mecánica se apresuró a obedecer el llamado; pero se detuvo, alzó los brazos, gritó y ya no se movió.
Uno de mis acompañantes me dio un golpecito en el hombro y me dijo: “Ven, vámonos; no aguanto más”. Nos fuimos. Nuestro cochero en Petersburg tenía dos hijos que pertenecían a la finca: hijos pequeños. Él obtuvo la promesa de que no los venderían. Le preguntamos si eran sus únicos hijos. Respondió: “Son los que me quedan de ocho.” A otros tres los vendieron al Sur y jamás volvió a verlos o a saber de ellos. ~
– Elwood Harvey

EL CASTIGO DE UNA ESCLAVA
Nueva Orleáns, hacia 1846

He pasado diez días en Nueva Orleáns –confío en que no de poco provecho–examinando instituciones públicas: escuelas, asilos, hospitales, prisiones, etcétera. Con excepción de las primeras, hay pocas esperanzas de mejora. Ignoro cuánto mérito pueda haber en un sistema como el suyo, pero sé que en la administración del código penal existen abominaciones que le merecen a la ciudad el mismo destino que Sodoma. Howard o la señora Fry no precisan si alguna vez hallaron una guarida de ladrones con un manejo tan funesto como el de la cárcel de Nueva Orleáns.
En el bloque de los negros vi muchas cosas que me hicieron sentir vergüenza de ser blanco y que, por un momento, despertaron un espíritu maligno en mi naturaleza animal. Al entrar a un gran patio con pavimento, rodeado de galerías repletas de esclavos de todas edades, cualquier sexo y color, escuché el ruido seco de un látigo. Cada uno de sus golpes tenía el agudo restallar de una pistola. Me volví y presencié algo que me heló la médula y que, por primera vez en mi vida, me dio la sensación de que el cabello se me erizaba desde la raíz.
Una muchacha negra estaba acostada boca abajo sobre una plancha de madera. Tenía los pulgares amarrados, sujetos a un extremo, y los pies atados y tensados con fuerza al otro. Una correa le pasaba por la parte inferior de la espalda, la aseguraba a la tabla y la comprimía contra ella. De la correa para abajo estaba completamente desnuda. Parado a un costado, y como a dos metros de distancia, había un negro gigantesco con un látigo enorme que aplicaba con un poder atroz y una precisión asombrosa. Cada golpe desgarraba una tira de piel que se quedaba pegada al látigo o bien caía al pavimento trepidando, mientras brotaba la sangre.
La pobre criatura se retorcía y daba alaridos de dolor. Con una voz que mostraba su miedo a la muerte y su espantosa agonía, le gritó a su amo –que estaba de pie, en la cabecera: “¡Ay, perdóneme la vida! ¡No me arranque el alma!” Pero aún así sintió el horrible azote. Una tira de piel tras otra se desprendió; latigazo tras latigazo laceró su carne viva hasta quedar convertida en una masa lívida y sangrienta de tembloroso músculo desgarrado. Me costó un trabajo enorme no saltarle encima al torturador para detener su látigo, pero, ¡ay de mí!, ¿qué podía yo sino hacerme a un lado para ocultar mis lágrimas por quien sufría y el bochorno que me causaba la humanidad?
Esto ocurrió en una prisión pública y organizada de manera habitual. La ley reconocía y autorizaba ese castigo. Pero pensarán que la desdichada cometió una ofensa terrible, se le declaró culpable y se le sentenció al látigo. No fue así. Su amo la llevó para que el verdugo la azotara –sin juicio, juez ni jurado–, sólo porque él así lo quiso, o ante una mera señal suya, para castigar alguna ofensa –real o imaginaria–, o para gratificar su capricho personal o su mala intención. Y si así lo dictaba su voluntad, podía llevarla todos los días, sin que a ella se le asignara un proceso, y someterla a la cantidad de azotes que él quisiera, hasta veinticinco, siempre y cuando pagara una cuota. Pero si así lo deseaba, podía tener su propia tabla de azotes y brutalizarla él mismo.
Como ya dije, una parte horrible de ese espantoso castigo era su carácter público. Ocurrió en un patio rodeado de galerías retacadas de negros de ambos sexos: esclavos fugitivos, consignados por algún crimen o que estaban en venta. Como es natural, uno supondría que se apiñaron al frente y miraron, horrorizados, el brutal espectáculo que se desarrollaba abajo. Pero no, la mayoría apenas se percató y casi todos mostraron indiferencia. Continuaron con sus infantiles pasatiempos y algunos se rieron con franqueza desde las regiones más distantes de las galerías. Así de profundo puede hundirse el hombre –creado a semejanza de Dios– en la brutalidad. ~  
– Samuel Gridley Howe
Traducción de Laura Emilia Pacheco


LA NUEVA GENERACIÓN DE ‘INDIGENTES’


LA NUEVA GENERACIÓN DE ‘INDIGENTES’
Katherín Suárez
Comunicación Social y Periodismo
Desplazamiento. Significa trasladarse de un punto a otro, pero en Colombia a causa de las condiciones políticas y sociales actuales significa: exilio, muerte y dolor. Los desplazados llevan una carga pesada y dura, impuesta por los gobiernos de turno, difícil de soportar. Es pues, el desplazamiento, abandonarlo todo: los sueños, las utopías, la familia, la lucha por el cambio social.

¿Cuál es la relación que existe entre pobreza y desplazamiento? La población desplazada es una población que es convertida en pobre gracias a la fuerza nefasta de las armas de las fuerzas militares-narco-paramilitares, con el fin de ‘secarle el agua al pez’ y de despojar a los campesinos e indígenas de sus tierras y apropiarse de ellas.

Los desplazados internos colombianos, representan el 9,3% de la población nacional, suelen ser residentes de áreas rurales que huyen de la violencia protagonizada por las guerrillas y las nuevas encarnaciones de los grupos paramilitares.

A ello se agrega que en 46% de los casos, las familias colombianas desplazadas solamente cuentan con la madre, debido a que el padre ha sido asesinado o está desaparecido.

“Se van o se mueren, una de las dos cosas, no es más”

Testimonios como este se escuchan a diario de boca de miles de colombianos que son victimas de la violencia en Colombia, un terrorismo que desde hace 33 años esta desangrando a nuestro país, que desde 1986 ha causado 20 mil muertes por problemas políticos. Una guerra sin fin que dejo 30 mil muertos en 1993 , que lleva 12 mil bajas en la última década y ahora tiene como principal consecuencia el desplazamiento.

Cansadas de vagar cual espectros por las calles y avenidas 1.044 familias instalaron a mediados de marzo de 2009 su campamento frente al Congreso de la República, en la plaza donde fue sacrificada el 14 de noviembre de 1817 la heroína de la emancipación, Policarpa Salavarrieta. 

En cada cambuche vivían entre seis y ocho personas hacinadas. Ahí durmieron a la intemperie bebés, niños, ancianos, mujeres y hombres.

Los desplazados representan ese país clandestino al que todos le dan la espalda. Son unos apestados que huelen a pobreza y al igual que un indigente muchas veces causan temor.

¿Adónde ir? Es la pregunta que los 4,3 millones de desplazados por la violencia Colombiana se hacen cuando grupos al margen de la ley llegan a desterrarlos de sus hogares, quizás a meterse debajo de un puente o a compartir la madriguera con las ratas y alimañas o mejor aun irse a vivir o convertirse en uno de los miles de indigentes que cada día son mas en Bogotá.

Los desarrapados como muchos les llaman tuvieron que soportar durante casi tres meses como si fueran indigentes el frío nocturno, el inclemente rayo del Sol y los torrenciales aguaceros en cambuches, armados con unos plásticos negros, además de verse en la necesidad de acoplarse a las colchonetas descompuestas y los improvisados fogones mientras que exigían atención del Gobierno como si fuera poco con lo que estaban viviendo, muchas veces se vieron el necesidad de mendigar extendiendo sus manos pidiendo una limosna, sin importarles que estuvieran, sucias, llenas de picaduras de pulgas, que a los ojos de una persona que no ha tenido que pasar por ningún tipo de carestía producían asco, lo único que querían era que alguien se apiadara de su situación y les brindara una ayuda, pero desafortunadamente muy pocos llegaron a conmoverse con su situación, la mayoría de las veces recibieron a cambio una mueca de desprecio, de asco e indiferencia total. 

Un claro ejemplo de la situación por la que han tenido que pasar tantas personas que han sufrido el desplazamiento como consecuencia de la violencia Colombiana es la historia de Alfredo, un santandereano de aproximadamente 36 años quien tuvo que salir huyendo junto con su esposa y 5 hijos de su hogar situado en el Barrio Girardot en Bucaramanga, la Ciudad de los parques.

Todo gracias a las amenazas que recibió por parte de las Águilas Negras un grupo armado ilegal, que suplanto la identidad de este para solicitar un préstamo en el Banco Bancafe por 56 millones de pesos y al descubrir que él se había percatado de los hechos y había demandado esta situación ante la fiscalía, llegaron una mañana amenazándolo y afirmando que “muerto el, muerta la deuda”, lo que lo llevo a salir con lo que tenia puesto y en compañía de su familia.

Huyo dejando todas sus pertenencias, pero con la ilusión que al llegar a Bogotá podría recuperar su negocio, su moto pero sobretodo su casita y lo poco o mucho que con el fruto de su esfuerzo había logrado conseguir como vendedor ambulante.

Pero para desgracia de este bumangués fue una total odisea lograr llegar a la Capital Colombiana tuvo que caminar cientos de kilómetros hasta que un conductor de una buseta afiliada a la empresa de Transportes Reina se apiado de el y de su familia y los trajo en ese entonces a todos por $20.000 pesos. 

Al llegar a Bogotá, lo hizo con la ilusión de que su vida cambiaria y que recibiría ayuda por parte del gobierno, pero desafortunadamente no fue así, al llegar, no niega que si lo ‘apoyaron’ dándole posada a él y a su familia en la casa del inmigrante por 15 días, después como si se tratase de unos perros, los sacaron a la calle a pasar penas, hambre pero sobre todo miles de necesidades.

Como pudo intento conseguir una pieza donde poder pasar las noches junto a sus 5 hijos e esposa, pagaba $6000 pesos diarios, como no tenia dinero ni ayuda económica por parte de nadie, ya que el no tiene familia y la de su esposa se encuentra muy lejos, después de tenerlo todo llego, se vio en la necesidad de mendigar e intentar sacar a su familia ‘adelante’ gracias a la caridad de los Colombianos que mucho o poco se apiadaban de su historia.

Las noches en esa pieza ubicada en el Barrio Santa Fe no fueron nada cómodas para este Santandereano, ya que las pulgas lo cogieron y en menos de una semana lo mandaron para un hospital dejándolo 15 días recluido y con huellas imborrables en su piel, cuenta que fue terrible, le picaron todo el cuerpo, y lo peor fue que el estando en el hospital no podía enviarle el sustento diario que con mucho esfuerzo lograba conseguir en las calles bogotanas diariamente, así que se vio en la necesidad de empezar a pedir ayuda a la gente que transitaba diariamente por el centro médico, “gracias a Diosito pude reunir durante esos días la plática, la gente se conmovió conmigo, con mi situación, pero sobre todo con mi historia”.

Después de su recuperación lo primero que salió a hacer fue a reubicar a su familia, logro conseguirse una habitación en el Barrio Policarpa Salavarrieta, allí paga $10000 pesos diarios pero afirma que están mil veces mejor y que lo bueno de la ubicación de este apartamento fue que pudo poder a estudiar a sus 4 hijos mayores en un colegio Distrital en el que no tuvo que pagar nada, por la condición en la que se encontraban, con la ayuda de las directivas, logro conseguirles el uniforme de diario mientras que el uniforme de educación física no lo ha logrado conseguir por lo que sus pequeños no han podido recibir esta materia.

Por esto y por muchas razones es que se vio en la necesidad de trasladarse a la Plaza de Bolívar, estuvo allí pidiendo al gobierno que lo ayudara y le brindara las ayudas necesarias para poder salir adelante con su familia, en ese momento no le importo, aguantar frio, hambre y todas las necesidades que se presentaron durante su ’estadía’ en este ‘hotel’. 

Finalmente, llegaron a un ‘acuerdo’ con el gobierno y desalojaron ‘voluntariamente’ la Plaza de Bolívar, hoy prácticamente un año después no he vuelto a saber nada de Alfredo y de su familia, no logre estar al tanto de el desenlace final de esta historia, tal vez este en Girón, atendiendo su tienda, o este parado en un semáforo de los tantos que existen en la Capital colombiana, junto con su esposa e hijos y esposa, con un cartel en sus manos pidiendo colaboración y recibiendo en la gran mayoría de los casos insultos y frases como ¿Usted tan joven que es porque no busca trabajo? mantenido. Suena cruel pero así lo es. Igual desde el fondo de mi corazón, solo espero que donde quiera que este, se encuentre bien, que no esté recibiendo insultos por parte de nadie pero sobre todo, que este capítulo en su vida y en la de su familia ya se esté cerrando.

LA MEDALLA OLÍMPICA


LA MEDALLA OLÍMPICA

Por: Andrés Cristancho
Comunicación Social y Periodismo

Tomado de usergioarboleda.edu.co/altus/cronicas.htm.

Siempre he asociado un hecho a una cadena de sucesos que le precedieron y que sin ellos, la historia no tendría el mismo final. Estudio en una de las mejores universidades de Bogotá y me destaco entre mis compañeros; pero esto no se dio sin causa alguna, sin embargo, sí se dio de la noche a la mañana.

Cada fin de semana, viajábamos con unos compañeros hasta un colegio, vecino al Portal de la Américas de Transmilenio. Éramos un grupo pequeño, pues la gran mayoría decidió tomar el curso del pre-icfes en algún punto de la calle 80. 

Este transcurrió entre la pereza de estudiar los fines de semana y la desesperación que nos producía la ignorancia de algunos alumnos de otros colegios. Sólo admiramos la calidad educativa de nuestro colegio, la cual siempre habíamos comparado despectivamente. 

Llegó el momento crucial del pre-icfes, el examen. Yo había llegado sin mayor preocupación. Con mi lápiz y borrador me senté en mi pupitre mientras observaba las miradas nerviosas de mis compañeras.

Como si fuéramos a corregirlo antes de que lo calificaran. Intentábamos recordar las respuestas, sufríamos por cada una que no acertábamos.

La sorpresa vino días después cuando se publicaron las notas. Todos esperaban una victoria aplastante por parte mía. En cambio, el triunfo abrumador fue por parte de ellos. 

El colegio decidió darnos 7 días de descanso antes del examen definitivo, esta vez no sería ningún simulacro. No podía darme el lujo de dejar pasar muchos por mi nombre. Así que me dedique toda esa semana a resolver los exámenes de los años anteriores y comparaba mis respuestas con los posibles resultados del examen real.

Ese 24 De Septiembre llegó el indeseado pero tan anhelado día. Me levante con los nervios normales y con la tan “extraña” oración que realizamos todos los colegiados. Una plegaría que contiene más ruegos que ni El Señor de Buga puede digerir tan rápido. 

El sitio donde iba a presentar la prueba era el mismo en el cual mi papá se había graduado de bachiller. Él fue parte de la generación que pinto el mural que hace famoso al Colegio Nacional Restrepo Millán. Cuando llegamos, el sitio estaba tan asediado de gente. No sé aún cuantas personas presentaron el examen ese día y cuántas personas acompañarían a cada uno de ellos. 

Coincidencialmente a la gran mayoría del curso, incluso a los que se habían preparado en la calle 80, debíamos presentarnos en el mismo colegio y en el mismo salón.

Entrábamos al aula con mucho nerviosismo, pero conscientes de que nos habíamos preparado. Por más que escuchábamos y veíamos a los demás, nos sentíamos en la absoluta soledad.

Pasaron los nervios y cada uno de nosotros hizo lo que le correspondía. Al final del día querían ir a celebrar. Yo no tenía motivos para celebrar, quería ir a mi casa y descansar. Mi fiesta vendría no mucho tiempo después.

Esa Fue La Noche de la Victoria

Era la noche anterior al cumpleaños de mi papá y la fecha de publicación de los resultados del famoso examen. En ese entonces no teníamos el lujo de tener Internet en la casa; dependíamos de Julieth Milena, la única que lo poseía, para conocer nuestras calificaciones.

Las notas se iban dando a conocer, formándose la tabla de posiciones de todo el curso. Por cosas del destino, fui la penúltima persona en ingresar al ranking.

La lista se fue armando con las calificaciones de cada uno en el ICFES; puesto 30 – se escuchaba por ahí -, puesto 22 – aplaudían por allá - se igualaba el record del colegio. El conteo continuaba.

De pronto Julieth - ! Cristancho, 5 puesto, 5 puesto, Cristancho no lo puedo creer ¡- decía con euforia. Sonaba como si me hubiese ganado la lotería o un viaje alrededor del mundo, solo se escuchaban gritos al otro lado del teléfono. De inmediato una alegría que explotaba en mi interior excavó en cada uno de los nervios y los hizo sentir como nunca antes se habían llegado a imaginar. Aunque fueran la una de la mañana, mi grito se hizo escuchar por toda la cuadra.

Si Tan Solo Le Hubiese Apostado Al Baloto.

- ¿Qué puesto piensas alcanzar?- me preguntaba Yuli. - no me pienso bajar del quinto puesto- le respondí con la tranquilidad de quien sabe lo que hace. Ella lo recordaría en un programa radial en el que participaba.

Quedaba la última persona, alguien capaz de romper mi marca. Solo quedaba esperar el veredicto. El campeonato llega a su final y es hora de destapar las cartas. 
La cara de angustia y desesperación no me dejan estar quieto. Un grito se reprime en el estomago, los brazos se tensan y las piernas se rizan.

El teléfono suena como si hubiesen disparado entre mis orejas. A otro lado estaba Julieth, la chica me había dejado en suspenso; sus palabras con un tono eufórico y una risa nerviosa exclamaron con un grito gigante - ¡Cristancho lo logró, Cristancho lo logró, Cristancho lo logró! - 

Ese fue el estallido más grande de emoción que pude haber sentido y vivido en mi corta vida. Desde ese entonces se vislumbro un mundo de caminos, como si fuese el dedo del rey Midas, todo lo que tocaba se convertía en oro. Lo celebre con toda mi familia, llame a cuanta persona pude; era un record en la familia, colegio y en mi historia.

La Copa Es Para Los Campeones

Ese día al llegar al colegio, recibí más aplausos y abrazos que en todos mis cumpleaños. Fue como si arribará el jugador estrella, el que llevó al equipo a ser el gran campeón. Hubo barras, canciones, comida, abrazos, cual festival. Escribí la historia, mi historia. Eso era lo que me había propuesto este año, no solamente ese día.

Ese año gané las elecciones presidenciales del consejo estudiantil, me ennovie con la chica que tanto había deseado, con el equipo de futbol llegamos a octavos de final en el torneo inter-colegiados de Bogotá, me admitieron en la universidad que quería; pero no se comparan con aquel momento de gloria y felicidad. De haber sido un atleta esto hubiera sido una medalla olímpica.